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Para los venezolanos es común escuchar la expresión “viveza criolla”, está en cada conversación en la que se refleje la situación país, e incluso en la mayoría de las que no. Esta expresión no es más que un eufemismo para referirse a la malicia, de forma muy dañina, llegando a rayar casi en el deseo de perjudicar a los demás.

Es así como en nuestra cosmovisión se comienzan a formar imágenes que representan -de manera equívoca- lo que este concepto quiere decir. El chavismo se ha encargado de fomentar el surgimiento del mercado negro en torno a productos básicos, servicios, ocio, y muchas otras cosas.

Pero hay una incesante necesidad de hacer creer que los culpables, única y exclusivamente, son quienes forman parte de este mercado negro atroz que parece puesto en marcha para el control social. Es así como la gente comienza a creer las palabras del tirano, condenar a quien recurre a la reventa e incluso a quien compra lo revendido. También se suele señalar al empresario, a quien regenta un supermercado o un almacen.

Esta semana se estrenó en cines Avengers: Endgame y, en Venezuela, una parte de la población se decantó por olvidar un poco la crisis e ir a ver la película. He leído hasta el cansancio quienes opinan que ir al cine en estas circunstancias que atravieza el país es desalmado, no es solidario.

Otro acontecimiento que marcó la semana en las redes fue el hecho de que había gente comprando entradas de cincuenta en cincuenta para luego revenderlas en dólares. Volaban improperios de toda clase, a esta gente se le compara con los bachaqueros, “enemigos” naturales de la solidaridad.

Lo que más me llamó la atención, fue ver a muchos de esos abanderados de la solidaridad insultando a todos los que, sin mucha solidaridad, revenden entradas de cine en dólares; y esos abanderados, aparentemente solidarios, posteando fotos bajo los paraguas del casco histórico de Caracas.

Y realmente no habría problema en que se fotografiaran junto a una obra de arte, pues el arte no debería responder a ideologías ni a regímenes, el verdadero inconveniente se presenta cuando aparece la hipocresía.

Y es que no es hipócrita fotografiar obras de arte, ni revender entradas, pero sí lo es hacer esas cosas mientras a pocos metros hay gente buscando qué comer en la basura.

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