La izquierda se autoproclama como abanderada de las luchas de las mujeres, los indígenas, los afrodescendientes y demás colectivos «minoritarios» u «oprimidos».

Mucho hemos escuchado u observado últimamente sobre las luchas sociales tales como el feminismo, racismo, xenofobia, clasismo, homofobia,  etc.,  en las redes sociales, y es que, la reivindicación de las minorías –cuya lucha no es actual, sino que tienen su origen desde hace muchos años y han ido evolucionando- y el activismo a través de dichos canales de comunicación de gran alcance suele obtener frutos, tantos que poco a poco van cubriendo más luchas, van cambiando la psiquis de los grupos sociales  y sobre todo van sentando las bases para un cambio en las instituciones, las leyes y la política.

Los logros de dichas luchas nos demuestran lo mucho que podemos avanzar como sociedad y que las estructuras sociales, a pesar de estar definidas, no son inmóviles;  sin embargo, a pesar de que los grupos activistas suelen ser políticos, estos en gran parte están representados actualmente por una nueva izquierda, la izquierda regresiva, algo que no vemos explícitamente en las publicaciones pero que se lucra -sobre todo a nivel de seguidores- de este tipo de movimientos. Esta nueva izquierda se muestra como aquella que ha superado la lucha de clases sociales, y se ha adaptado a la lucha de las minorías como estrategia política, tal como lo exponen Agustín Laje Arrigoni  y Nicolás Marque en su obra El libro negro de la nueva izquierda; que es aquella que se empeña en llevar las acciones de dichos movimientos a los extremos a fin de impulsar una lucha cultural, aquella que no utiliza la violencia sino el cambio constante de pensamiento en la sociedad.

Sin embargo, el objetivo de este artículo no es apoyar de ninguna manera la perspectiva tan polémica y compleja de la obra anteriormente mencionada, ni tampoco hacer llegar su mensaje, sino que busca abrir, desde el punto de vista venezolano -y de una manera un tanto superficial para lo profunda que debería ser esta discusión-, las puertas a la reflexión de cómo esa izquierda no solo utiliza dichos movimientos como motores del caos para lograr el cambio, lo que ya es otro punto de debate, sino que también forman parte  clave de su discurso, un discurso hipócrita que condena a través de las mentiras cualquier acción de las potencias occidentales pero se lava las manos ante los abusos de los gobiernos que tanto alaban porque “son inclusivos” y siempre han sido “oprimidos”, creando el resentimiento en vez de crear la verdadera tolerancia.

Por ende se critica a esa izquierda regresiva, la misma que ante el caso venezolano se burla y es capaz de admitir que toda la crisis son exageraciones de una clase de blancos privilegiados no venezolanos que apoya el bloqueo estadounidense, aquella que proponen que el problema en Venezuela es netamente racial como lo expone el periodista estadounidense Greg Palast en su blog, aquella que  siempre es capaz de decir: “Pero si la constitución venezolana es bastante inclusiva, ¡Ese gobierno es el mejor!” o “Pero si tienen un ministerio dedicado a la mujer, no sé para qué te quejas” sin si quiera sentarse a investigar y conocer lo mucho que ignoran los casos de violencia de género por lo corrompida que están las instituciones, o los casos de abusos a los indígenas en el oriente del país como la masacre Pemón que ocurrió el pasado 23 de febrero, a pesar de tener una constitución con un apartado dedicado a la comunidad indígena venezolana; aquella que ante el caso de la destrucción de la Faja del Orinoco simplemente no alzan la voz porque los países encargados de la explotación no son precisamente de su desagrado, que ante la crisis migratoria se hacen los sordos y mudos y son los mismos que practican la xenofobia porque estos “anti-venezolanos no aprecian a su gobierno y no deberían salir de su país”, y un sinfín de ciegas e infinitas justificaciones más que solo buscan apoyar a un gobierno ladrón y miserable que llevó a su país a la peor de las crisis, tratando de seguir los planteamientos de su ideología.

Es por esto que, desde este punto de vista, debemos ser más críticos, no al apoyar la causa, sino al apoyar los grupos que “luchan por la causa”  ya que pueden ser aquellos que a través de su discurso utópico de flores y colores promete la libertad y  la igualdad, mientras al mismo tiempo la lleva a los extremos y genera odio entre los grupos, conformando ese sistema opresor y abusivo que tanto denuncia, lo que nos da a pensar que la fuerza de esta nueva izquierda radica en sus minorías, aquellas que defiende a capa y espada solo con palabras, mientras por otro lado les clava un cuchillo, pero que sin ellas no tendría fuerza tomando en cuenta su fracasado sistema. Es por esto que nos llegamos a preguntar ¿Qué sería de esta izquierda sin su discurso utópico? ¿Qué será de esta izquierda luego de haber construido otro sistema de dominio a través del resentimiento? ¿Qué será de la izquierda sin las minorías?

¡Comparte la libertad!