En la campaña electoral de 1983 sucedió algo curioso. Los dos candidatos favoritos, como siempre, eran los del binomio AD/COPEI. Pero había otros dos bastante conocidos. Dos tipos cuya cara era reconocible por todo el mundo, aunque eso no les aseguraba el triunfo: Teodoro Petkoff y Jorge Olavarría.
Por si fuera poco, las afirmaciones de ambos «outsiders», muchas teñidas de polémica, incidían en las encuestas, pero no de la manera esperada por ellos. Tanto Lusinchi como Caldera, representantes del bipartidismo, se veían beneficiados, o perjudicados, por lo que dijeran Teodoro y Jorge.
Y el líder de COPEI, Rafael Caldera, el mismo de la pacificación de la guerrilla, quien años después indultaría a un golpista, declaró, sin referirse a nadie que «no se podía votar por alguien que había conspirado en una lucha armada».
Petkoff entendió la indirecta. Quizá Caldera le había dado demasiado importancia, ya que, al fin y al cabo, no se trataba del candidato adeco. Pero Teodoro también lanzó su dardo, y dijo algo así como «Yo no quiero hablar del pasado violento de nadie. A mi por ejemplo, no me gustaría hablar de alguien que participó en una golpiza horrible donde murió un conocido humorista».
¿Y a quién se refería el Sr. Petkoff?
Se refería a un joven llamado Rafael Caldera, perteneciente, en los años ´40, a una coalición de alumnos universitarios que rechazaban las ideas de izquierda, los cuales en cambio, quizá por su crianza católica, simpatizaban con el falangismo, es decir, la rama española del fascismo.
Por otra parte, un tal Leoncio Martínez, conocido como Leo, había sobrevivido a la represión gomecista, y era el conocido director del semanario humorístico Fantoches. Y Leo tuvo la desdicha de hacer un chistecito sobre el Generalísimo Francisco Franco.
Eso le valió una sonora golpiza causada por esos estudiantes franquistas y protocopeyanos, en la cual fue destruida su imprenta, y a consecuencia de la cual, unos años después, falleció. Todo por burlarse de alguien que ni siquiera era presidente o dictador de nuestro país.
Leo no era comunista. Era más bien un demócrata liberal moderado, aunque, en esa época, decir eso era un lugar común. Lamentablemente no había twitter en los años ´40, porque ¿quien sabe? quizá hubiesen lanzado la etiqueta #YoSoyLeo. Pero sigamos hablando en serio.
Todo esto que estoy contando viene al caso por los mensajes que he leído hoy. Seguramente Rafael Caldera no es santo de la devoción de muchos opositores radicales, especialmente aquéllos pertenecientes al conservadurismo y al liberalismo, por haber soltado tanto a Chávez como a los guerrilleros.
Pero de no haber hecho ese par de cosas ¿recordarían el suceso que acabo de contar?¿Le darían importancia?
Porque los liberales de Venezuela pueden jactarse de no haber participado en conspiraciones armadas o de no haber perpetrado golpizas «nazis», pero es que en la época de Teodoro ¡Sencillamente no existía el liberalismo en nuestro país!
Y había males como la pobreza, la concentración de riqueza mediante acuerdos políticos. También falta de información. Y quien quería solucionar las cosas de manera radical, se acercaba al comunismo.
Qué un tipo como Petkoff se alejara del marxismo más ortodoxo y rancio, y a la vez evitara unirse a partidos tradicionales, fue un avance. Al fin y al cabo, el liberalismo apenas contaba con Nicomedes Zuloaga en el parlamento y con Carlos Rangel en la tele. No se conocía otra cosa que no fuera socialismo cristiano, socialismo democrático y comunismo.
Quienes quieran reconstruir al país, e impulsar la creación de una República de verdad, debe tomar en cuenta que para ello, es necesario que trabajemos con personas distintas a nosotros en lo ideológico, pero que a la vez, pongan de su parte para entendernos. Es indispensable para que exista una Democracia.
Otra cosa bien distinta es que prefieran un gobierno de élites ilustradas, sin participación de la ciudadanía, es decir, una dictadura «buena».
En lo que a mi respecta, crecí en un hogar con unos padres de izquierda, que se decepcionaron del socialismo radical, conocido coloquialmente como comunismo, luego de viajar a países como Cuba y la extinta Unión Soviética.
Mi madre todavía dice cosas que me parecen erradas como «Esto no es Socialismo», pero se, muy bien, que podemos conversar como personas civilizadas, y que ella no me va a expulsar de la familia por mis posturas ideológicas.
Otra cosa son las opiniones basadas en temas personales o delicados en los cuales no me involucro por falta de certeza.
En fin. Aspiro, como liberal libertario, a reducir el Estado al mínimo, e incluso, prescindir de sus servicios, pero mientras tanto HAGAMOS REPÚBLICA.