Empecemos por lo obvio

Venezuela tiene una economía completamente empobrecida. De hecho es aproximadamente 7 veces más pequeña que la economía colombiana. Luego de perder de forma continua más del 75% de su producto interno (en tan solo 5 años), se pensó que la economía volvería a crecer, pero esto no fue más que una ilusión que nunca se sostuvo en cambios reales, sino probablemente en un aumento de los dólares en circulación (se sospecha que producto de la propia economía negra) que por un instante incentivó el consumo interno, nada más. De hecho, a principios de 2023 se supo, gracias a los cálculos del Observatorio Venezolano de Finanzas (cuya web fue recientemente bloqueada por el régimen), que la economía volvió a tener una pérdida importante de su actividad económica. ¿Sorprende? No.

Implicaciones de lo obvio

Quiero aclarar que este tampoco es un tema nuevo, pero volver sobre este punto nos permite comprender muy bien por qué Venezuela está a merced de los parásitos. Dos grandes implicaciones:

1. Una disminución del producto interno viene acompañado de un aumento del desempleo; una disminución relativa de la demanda de empleo (mal llamada «ofertas de trabajo») tiene un impacto directo en el salario medio del sector formal, cuya variación es mucho menor que el costo de la vida, lo que incentiva — aún más — la actividad informal; menor actividad económica se resume en menores ingresos, lo que a su vez significa menor capacidad de demanda; una disminución del PIB repercute directamente en los ingresos fiscales, lo que genera un aumento de la presión tributaria, de los niveles de deuda o de la inflación en caso de que el gobierno no haga ajustes en su gasto público; desaparece la clase media, se acentúan las desigualdades sociales y todo un país es considerado como pobre.

2. Durante este proceso de pérdida de riqueza se generan cambios estructurales de relevancia, la economía es cada vez menos intensiva en capital y la actividad comercial mucho más preponderante. Con estas características es claro que se depende en mayor medida de las importaciones, lo que aumenta la presión del tipo de cambio sobre el nivel de precios. Una economía sin capital sencillamente pierde su perspectiva a futuro, es una economía que se reduce a la inmediatez, más ineficiente, más costosa; el resultado incluso salta a la vista, es una economía que se deprecia con el tiempo: la maquinaria, la infraestructura, el transporte, los servicios. Todo pierde valor; es un empobrecimiento generalizado de la sociedad. Incluso, un empobrecimiento que abarca mucho más allá de las fronteras economicistas, porque también es espiritual y moral.

Dependencia parasitaria

Aquí viene el punto importante de la discusión. Y es que, dicho todo lo anterior, la economía se vuelve más dependiente de lo que no produce, el comercio adquiere protagonismo y se convierte en la actividad por medio del cual muchas familias obtienen los ingresos que les permite sustentarse. A falta de oportunidades, es natural y esperable que esto ocurra.

No obstante, las circunstancias también incentivan otras actividades que no tienen ninguna cualidad virtuosa: la delincuencia se prolifera de muchas maneras, llámese extorsión, estafa, hurto o robo a mano armada; aumentan los casos de funcionarios policiales que abusan de su poder de coacción para expoliar a los ciudadanos, inventan delitos que no existen, como por ejemplo el delito de portar dólares, o el delito de no poseer la factura de tu celular o de cualquier utensilio que se lleve consigo, para acto seguido decomisártelo y así apropiarse de ello.

Además, los funcionarios responsables de tramitar algunos servicios que ofrece el Estado, luego de burocratizar aún más el sistema y dilatar los procesos administrativos, exigen que los ciudadanos hagan erogaciones no tipificadas en normativa alguna, erogaciones que van directamente a sus bolsillos, sea el caso de la renovación del permiso de bomberos y del permiso de sanidad (en el caso de los comercios), trámites como la emisión de pasaporte, legalización y apostilla de documentos, registro de empresas, y un largo etcétera. Este tipo de actividades llega a proliferarse de tal manera que los ejemplos siempre serán insuficientes; sin embargo, se puede decir que son actividades que no generan riqueza, no agregan valor, no son productivas, al contrario, expolian lo que pueden de la poca riqueza, del poco valor y de la poca producción que aún siguen generando unos pocos.

¿Venezuela llegó a este punto por mera casualidad?

No, se llegó por medio de todo un conjunto de políticas orientadas a destruir la dignidad humana, que parte por el derecho de propiedad privada, por el derecho a la vida y a la libertad de decidir. A este proyecto se le llamó Socialismo del Siglo XXI, pero a fin de cuentas no es más que el mismo socialismo de siempre, ese que se vende por y para el pueblo, pero que en el fondo solo genera réditos para unos pocos, y miseria para los demás.

Y entonces, ¿Qué es un parásito?

Un parásito es un organismo que vive a expensas de otro organismo, lo expolia, lo consume, no puede vivir por sí mismo, no puede generar riqueza, no es un ser virtuoso. El parásito vive de un juego de suma cero, es decir, su bienestar implica necesariamente malestar para otro ser vivo. Contrario a lo que pregonan los apologistas de la miseria, el mercado está muy alejado de ser algo parecido, en realidad se caracteriza por ser un proceso de coordinación y cooperación social, ya que se necesita ofrecer algo que se considere valioso para que tenga aceptación, para que tenga demanda. Las personas necesitan crear valor previo al intercambio, porque de lo contrario, no existe forma alguna para que otros adquieran voluntariamente lo que uno pueda ofrecer.

Venezuela está muy alejada de una economía de mercado, el tamaño del Estado sigue siendo abrumador, no por su nivel de gasto sobre el PIB (como pueden afirmar algunos colegas), sino por el hecho de que el Estado sigue estando presente en mucho ámbitos, tratando de conseguir una tajada de lo que no es suyo, expoliando lo que más pueda, hasta que en algún momento no quede absolutamente nada por expoliar (curiosamente, cuando esto ocurre, los expoliadores comienzan a pelearse entre sí, se destruyen las lealtades de los camaradas y se acusan unos a otros de corruptos).

Una sociedad condenada

Lo cierto es que, bajo este sistema viven a plenitud aquellas personas completamente deplorables, aquellas despojadas de toda vergüenza, de toda moral, de toda cualidad virtuosa. La forma de operar de estos seres nada tiene que envidiarle a un parásito, pues su manera de sobrevivir es a expensas de los demás, a expensas de usar el poder en detrimento de la gente de bien, que en Venezuela siguen siendo muchas las personas de bien, pero desafortunadamente los parásitos están muy lejos de ser una minoría. Esta es la misma gente que no quiere ni les conviene que en el país ocurra un cambio, porque poco o nada saben hacer cuando el sistema invita a crear riqueza.

Hay una frase atribuida a Ayn Rand, con la cual me permito concluir este artículo, y que refleja algunas cosas interesantes, la primera es que el caso venezolano era predecible, la segunda es que el caso venezolano bien puede replicarse:

«Cuando ves que para producir, necesitas obtener permiso de hombres que no producen nada; cuando compruebas que el dinero fluye hacia quienes trafican no con bienes, sino con favores; cuando percibes que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando adviertes que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto-sacrificio, entonces puedes afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada.»

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