A menos que tu amor platónico sea la activista libertaria mexicana Montse Portilla, verás extraño y hasta ridículo relacionar el amor y la política en la misma oración, como acabo de hacer en el título de este artículo. ¿No te parece? Tal vez no después de que te haga entrar en contexto de lo que trato de sintetizar en estos párrafos.
Cuando amamos, fijamos nuestro objetivo en demostrar ese afecto, ese cariño, queremos y deseamos a aquella persona que consideramos especial para nosotros. Así, podría resultar un poco “matapasiones” vincular a este tema uno tan áspero como es el Estado y sus acciones, pero es necesario porque hasta en este terreno tan personal, tan noble y tan puro, el Estado mete sus narices.
¿Pero de qué formas?
La expectativa estándar de largo plazo de un noviazgo es el matrimonio, este es un acuerdo bilateral entre dos cónyuges con el fin de procrear y garantizar una heredad para sus hijos. Hasta aquí todo bien, hasta que llega el Estado.
A lo largo de los siglos el Estado ha utilizado a los matrimonios para llevar a cabo controles sobre la población, de esta forma se facilita el tráfico de influencias en gran medida, y también es más fácil identificar los núcleos familiares para disponer de ellos cuando a este le dé el capricho de hacerlo.
En tiempos actuales, la liberación sexual, los avances tecnológicos y el transhumanismo están logrando una re-definición de aquellos conceptos que engloban al amor, sobre todo el concepto de matrimonio. Aunque la evolución sea una constante propia de la sociedad, muchos de estos cambios están siendo empujados por movimientos estatistas que están ahí, nada más para manipular y aprovecharse de quiénes buscan ingenuamente amar y ser amados fuera de los estándares de antaño.
Pero el punto de mi discusión no es cuál de las dos concepciones es la correcta, sino cuestionar el hecho de que el Estado se inmiscuya en algo tan delicado y personal como lo es amar a otra persona.
Algunos ejemplos
Tal vez piensen que estoy exagerando con lo que planteo, no obstante, es fácil encontrar por Internet videos de soldados ucranianos secuestrando a padres de familia frente a sus hijos y su esposa, o ver cómo en Afganistán los miembros de Talibán toman por la fuerza a señoritas como esposa sin que nadie los cuestione por ser quienes controlan al Estado afgano.
Recordemos la aclamada película Gladiador, el ex soldado Máximo Décimo Meridio perdió todo lo que amaba por el único “error” de darle la espalda al Estado romano, con el simple propósito de dedicarse a su mujer y su hijo. Es un ejemplo ficticio que recrea un fenómeno muy realista.
Divorcios burocráticos
Como no todas las relaciones funcionan, suele haber separaciones, las más fuertes son cuando hay un matrimonio y, si de por sí es difícil desvincularse de una persona con la que compartiste muchísimas particularidades, que la figura del Estado se meta aquí lo hace mucho más engorroso.
Los divorcios, como los tenemos hoy en día, vuelven más lentas, traumáticas y perjudiciales las separaciones entre parejas debido a lo burocráticos que llegan a ser. Llevando a que muchas parejas le teman al matrimonio pensando que, cuando fracasen, perderán demasiado.
Con todo esto, los invito a reflexionar si es legítimo que el Estado tenga injerencia en algo tan noble y personal como lo es el amor de pareja, y a entender que este es mucho menos complicado si no metemos al Estado como el tercero en discordia.