Cuando se estudia economía es indispensable tratar y entender los conceptos de consumo, ahorro e inversión. El consumo y la inversión no necesitan de mayor explicación: en el primer caso hablamos de la adquisición de bienes con la finalidad de satisfacer deseos y necesidades; en la segunda, los recursos son utilizados en alguna actividad económica con la finalidad de obtener un retorno o beneficio. El ahorro puede entenderse como un aplazamiento del consumo e implica una acumulación de recursos en el tiempo hasta el momento donde la persona decide gastar o incluso invertir. Ahorra quien decide esperar con la finalidad de obtener mayores o mejores cosas en el futuro. Esta decisión — como toda decisión humana — es subjetiva; no obstante, hay elementos influyentes como el nivel de certidumbre en el entorno donde el decisor se desenvuelve. Mayor certidumbre significa planes más ambiciosos cuya ejecución requiere de plazos más prolongados, lo que sugiere previo ahorro.
Frente a la crisis económica global, producto de la pandemia por Covid-19, las principales economías han promovido ingentes planes de estímulo a la demanda; sin embargo, el resultado no ha sido el esperado: mayores transferencias no han significado mayor consumo, esto se ha reflejado de forma notoria en la disminución de la variación interanual medida mes a mes del índice general de precios, tanto de los países que conforman la OCDE como de la mayoría de las economías latinoamericanas, de hecho pareciera que la demanda ha disminuido. Tratar de comprender la conducta económica mediante estas 3 opciones (consumo, ahorro e inversión) puede llevarnos hacia algunas ideas equivocadas, la primera de ellas es creer que estas son excluyentes entre sí, es decir, cuando no se está consumiendo es porque estrictamente se está ahorrando o invirtiendo y viceversa; de hecho, en el lenguaje económico suele segmentarse y diferenciarse de forma tajante a los consumidores de los ahorristas, y estos de los inversores, cuando una persona puede ser todas ellas en un momento determinado.
Si abordamos el problema desde la teoría de la preferencia temporal, es posible dar explicación al por qué las familias no están respondiendo a los estímulos mencionados, y a su vez, al por qué esto no representa necesariamente un aumento en la propensión hacia el ahorro: naturalmente tenemos una clara preferencia hacia los bienes presentes, o dicho de otra forma, preferimos hacer uso HOY de nuestros recursos para obtener bienes y servicios que puedan satisfacer nuestras necesidades y deseos lo antes posible. Cuando se decide ahorrar o invertir, es porque existe una inclinación menos pronunciada hacia los bienes presentes, que permite extender la visión hacia un plazo temporal más dilatado. Estos planes suelen tener recompensas mucho más atractivas, cuya obtención dependerá de la disposición tanto de postergar las gratificaciones actuales como de someterse a un proceso de ‘espera’, durante el cual, los recursos estarán siendo utilizados en procesos de creación de valor.
La brevedad de la vida, la falta de certeza sobre lo va a acontecer y nuestras constantes necesidades y deseos, nos impulsan permanentemente hacia el presente, hacia una visión de corto plazo. Cuando existen instituciones sólidas, certidumbre y sensación de seguridad y estabilidad, las personas se permiten pensar un poco más allá de su situación actual. La pandemia ha significado un aumento de incertidumbre en el escenario económico, esto indudablemente afecta los planes que requieren de mayor tiempo para su realización; al ser el futuro mucho más incierto, se incrementa sobremanera la posibilidad de cometer equivocaciones que pueden significar la pérdida de recursos valiosos; si se nubla nuestra visión del futuro, tenemos menor estímulo para dedicar tiempo y dinero en proyectos de mayor envergadura. Además, la inestabilidad económica, la pérdida de muchos empleos y el aumento de probabilidad de que ocurran situaciones totalmente imprevisibles — que incluso pueden comprometer la salud — desestimula el ahorro, y más bien hace que las personas demanden con mayor vehemencia bienes presentes, pero no en forma de bienes de consumo, sino a través de la mayor disposición de recursos posibles, en la forma más líquida existente (dinero), para así hacer frente a cualquier eventualidad.
Así las cosas, las familias no están propensas a consumir, pero tampoco están propensas al ahorro; la actual situación mantiene a las personas expectantes de lo que pueda suceder, lo que aumenta la necesidad de previsión ante un escenario complejo y profundamente incierto. Dicho esto, es previsible que cualquier estímulo al gasto no tenga el efecto esperado. Lo que más sorprende es que ante esta situación, la respuesta de las principales economías y organismos internacionales sea incrementar los niveles de inyección monetaria, lo que podría ser contraproducente si se quiere recuperar la certidumbre y la confianza. La economía necesita tener una mejor visión del futuro, necesita un panorama mucho más estable, empresa significativamente más complicada que emitir dinero, por supuesto. No es momento de ser cortoplacista en materia de políticas económicas, realmente nunca lo es, pero las consecuencias en esta oportunidad podrían ser peor.