El coronavirus ha propiciado el ambiente perfecto para explotar dotes totalitarios. El confinamiento ha sido la respuesta ante un escenario sin vacuna, pero aún con ella, no se garantiza que esta ‘política’ vaya a desaparecer de la lista de opciones en el corto y mediano plazo. El poder corrompe, y el coronavirus le confiere poder absoluto a los gobiernos. Quienes defendemos la libertad debemos estar observantes ante este fenómeno y advertir sobre las amenazas. La actitud liberal ante el Estado es de absoluto recelo en defensa de nuestras libertades, vulneradas y cada vez más vulnerables en esa nueva realidad que se encuentra actualmente en fase de preventa. Empero, hay otras preocupaciones que no son menos importantes y que traen a lugar la pertinencia de una actitud responsable, pues libertad sin responsabilidad termina en caos, y ese es un escenario para nada deseable, menos en plena pandemia.
Tenemos derecho a vivir, y en este sentido somos libres de ser; tenemos derecho a tener y disfrutar de todo aquello que ha sido fruto de nuestro trabajo, somos libres de actuar y de elegir todo lo que consideremos sea mejor para nosotros. Sin embargo, esta libertad tiene límites, y es el respeto a la vida, a la propiedad y a las libertades de nuestro prójimo. Lo contrario significa la imposibilidad práctica de convivir; sería una completa barbarie.
Universidades e instituciones de prestigio han sugerido el frecuente lavado de manos, el uso de mascarilla o tapabocas y el distanciamiento físico como medidas para evitar contagio. Muchas personas de forma voluntaria se han confinado y han decidido apegarse a dichos protocolos, no siendo esta una actitud extendida en toda la población. Hay personas que apelan al argumento de que el confinamiento vulnera su libertad de actuar y manifiestan estar en su derecho de elegir apegarse o no a los protocolos antes descritos.
El SARS-CoV-2 es un virus altamente contagioso; afortunadamente suele registrar muchos casos completamente asintomáticos, lo que significa un alivio para su portador, pues estaría libre de riegos de complicaciones. Sin embargo, aquellas personas que tuvieron proximidad física con nuestro paciente asintomático pueden no correr con la misma suerte. Una concepción bastante tergiversada sobre lo que es y significa la libertad, sugiere que las personas tienen derecho a actuar y son ellas las que deciden si deben acatar las recomendaciones de higiene y distanciamiento. Esto no supone mayor problema si no es porque tal concepción deja por fuera el hecho de que no es suficiente con que se cuide una persona, es necesario que se cuiden todos.
La presencia del SARS-CoV-2 en nuestro organismo hace que nuestra sola presencia tenga una externalidad negativa enorme, que supone una amenaza para la vida de otras personas. Habrá quienes han decidido cuidarse, pero si existen otras personas que no toman las previsiones adecuadas, más allá de importarles poco su salud personal —son libres para decidir sobre su propio cuerpo—, estarían vulnerando directa o indirectamente la salud de quienes sí les importa. Si yo entiendo los límites de mi libertad, puedo entender la pertinencia de una actitud responsable. No asumir una actitud acorde con las circunstancias confiere además mayor esfuerzo y costos para aquellos que han decidido cumplir con el confinamiento y con el distanciamiento debido.
Los Estados han aplicado medidas para prevenir la acumulación de personas en los espacios públicos, se han suspendido actividades educativas, gimnasios y bares, se ha restringido el comercio, se ha exigido el uso de mascarilla e incluso se ha decretado toque de queda. El levantamiento del confinamiento ya sea parcial o total ha significado un rebrote de casos, lo que aumenta los dilemas entre la salud y la economía. Cabe acotar que no todas las políticas restrictivas han tenido el efecto esperado, muchas de estas medidas han sido peores que la misma pandemia, no solamente ahogan la economía — siendo que las personas también mueren por hambre — sino que generan embudos o embotellamientos, agravando aún más la situación. Por ejemplo, si se restringe los horarios del comercio, entonces las personas irán de compras de forma simultánea en las pocas horas permitidas, generando el efecto contrario al que se busca.
Entonces, tampoco se trata de hacer o no hacer lo que diga un gobierno, tampoco funciona el argumento de que las medidas de coacción son insuficientes o no son suficientemente duras. Hay países que han demostrado poder contener la pandemia con la menor coacción posible pero con toda la responsabilidad individual necesaria. El tratamiento de este problema, y su solución, está fuera del alcance de cualquier gobierno; este es un problema que indiferentemente de las medidas adoptadas depende de la responsabilidad individual en aplicar las recomendaciones de higiene y cumplir con los protocolos debidos para evitar contagio. De esta forma, se podría incluso reactivar la economía minimizando los daños colaterales que genera un confinamiento indefinido y se reduce la amenaza, cada vez mayor, de pérdida permanente de nuestras libertades.