Una de las razones principales por las cuales el ser humano se siente motivado a actuar en sentido económico, se debe a que los medios o recursos para satisfacer sus necesidades son escasos. La escasez es un término relativo, y va en función de la disponibilidad de ese algo con relación a la necesidad, demanda o deseo de adquirirlo. Hay bienes que necesitamos pero no se consideran bienes económicos, pues en términos relativos no hay carestía. En cambio, hay bienes que pueden ser menos acuciados, pero dada su disponibilidad, clasifican como bienes económicos.
El ser humano actúa con la finalidad de pasar de una situación menos satisfactoria a una más satisfactoria, para ello transforma su entorno y elabora los medios que cree necesarios para alcanzar sus fines. Nuestras necesidades son infinitas, evolutivas y repetitivas. Este horizonte amplio de necesidades, deseos o anhelos no significa que el ser humano las siente o las padece todas al mismo tiempo, y es aquí cuando comenzamos a introducir la importancia del futuro. La acción económica no se ejecuta necesariamente tras el padecimiento de una necesidad. Puedo por ejemplo sentir hambre y en consecuencia ejecutar un conjunto de acciones para saciar mi apetito, pero si evaluamos todas nuestras acciones, nos damos cuenta de que la mayoría de ellas están, no al servicio del presente, sino al servicio del futuro.
Nuestra imaginación y nuestra capacidad de previsión nos permite actuar con el fin de obtener los medios necesarios y suficientes para satisfacer necesidades que creemos que padeceremos en el futuro. Incluso hay necesidades que nunca llegamos a sentir porque actuamos con el fin de evitarlas; podemos aprender de nuestras experiencias, pero también de las experiencias ajenas. Estas capacidades enriquecen nuestro poder de acción, amplían nuestro horizonte temporal.
Si evaluamos la existencia de bienes en una economía, no será difícil darse cuenta del peso que tienen los bienes de capital, empleados en procesos productivos para elaborar bienes finales. Estos, al estar actualmente en un proceso continuo de transformación, no se encuentran disponibles en el presente. Con esto queremos decir que el capital siempre está trabajando al servicio del futuro, y en este sentido no es de extrañar la importancia que tiene la incertidumbre en nuestras acciones económicas.
Los seres humanos somos altamente falibles, a pesar de eso nos hacemos una idea del futuro y planificamos en función de ello con diferentes grados de acierto, que van de acuerdo con la amplitud de nuestro horizonte temporal y con la certidumbre o incertidumbre que nos genere el entorno en el cual nos estemos desenvolviendo. Es probable que tengamos una idea más clara de lo que podría ser nuestra situación dentro de un año a nuestra situación dentro de 20 años. Sin embargo, si hay mucha incertidumbre en el entorno, entonces puede que no tengamos claro qué será de nosotros ni siquiera en un horizonte temporal de 3 meses.
Una forma de reducir la incertidumbre es por medio del establecimiento de instituciones sólidas: una moneda sana, con estable poder adquisitivo; respeto al derecho de propiedad; un sistema democrático transparente; cumplimiento de las leyes; sistema judicial independiente. Cuando una economía cuenta con estas características, es más intensiva en capital, está pensando en un futuro temporal más amplio, más prolongado. Sucede exactamente lo contrario cuando se destruyen las instituciones. Una economía con altos niveles de incertidumbre trabaja con un horizonte temporal corto, a veces cae en la trampa de la inmediatez, y esto significa que la economía destina esfuerzos a la mera subsistencia.
Las externalidades también pueden alterar los niveles de certidumbre, como es el caso de la actual pandemia por Covid -19. La presencia de este virus nubla nuestra visión de futuro, lo que incentiva a la reducción del horizonte temporal de las acciones económicas. La capacidad de previsión del ser humano se reduce, y lo hace estar expectante ante cualquier cambio que se pueda suscitar. Esto es importante identificarlo porque el impacto económico que genera esta crisis no se resumen a la actual recesión, sino que se extiende a las acciones que tomamos de cara hacia el futuro. Por esta razón, a medida que transcurre el tiempo, las expectativas de crecimiento para los próximos años son cada vez menos alentadoras.
Las externalidades no se pueden controlar, por eso son externalidades, sin embargo podemos actuar en función de minimizar sus efectos hasta conseguir una cura. También será importante minimizar la incertidumbre que se pueda generar de las variables que sí podemos controlar, y es aquí donde los gobiernos deberán poner mayor énfasis. Todas las acciones que no estén en esta línea, y que por el contrario, puedan generar perturbaciones en el futuro, son acciones no deseables y profundamente contraproducentes. No es momento de ser cortoplacista cuando de política económica se trata. Nos puede salir profundamente caro.