Nuestra nación ha contado con un escenario político que ha sido constantemente controversial, no solamente haciendo referencia a los años que van del siglo XXI sino incluso desde los tiempos coloniales, siendo un juego comúnmente más propio de intereses que de ideologías o principios, causa de los ya conocidos recursos interminables que ha tenido Venezuela a lo largo de su historia y del apoderamiento del Estado sobre ellos. Sin embargo, la ciudadanía venezolana lastimosamente ha sido quien ha pagado los errores de los políticos a quien ellos mismos han dado su apoyo y también se han visto inmersos en las falsedades del discurso, quedándose así con una idiosincrasia quizás ortodoxa y que se limita a una visión de sólo la esfera partidista nacional.
En muchas situaciones de la cotidianidad hemos tenido la oportunidad de escuchar opiniones de personas mayores y de la tercera edad sobre la situación país, que si bien no son las más doctas en el análisis de estos asuntos, se expresan de cierta manera que sus vivencias y la poca información que manejan les ayuda a argumentar sobre el tema que se discute. Ahora bien, estos individuos claramente muestran una posición en contra de quienes los oprimen, pero pareciera ser que su forma de razonar o sus preferencias políticas tienden a asemejarse a distintos mecanismos que ha utilizado fielmente esta tiranía, por ello es imprescindible el estudio del porqué sucede este fenómeno en la sociedad venezolana.
La multitud de gobernantes que hemos tenido desde 1918 (año en que el petróleo entró en la lista de exportaciones venezolanas) se han apropiado de los recursos naturales que abundan en este país, siendo quienes se han lucrado de ello por medio de su venta pero de una manera u otra plasmando esa entrada de divisas en obras públicas, educación, cultura y otros. Esto es lo que se llama hegemonía, como escribió el compañero Víctor Márquez en un artículo de la semana pasada. Sintetizando aquí, lo que se puede llegar a saber es que en nuestra sociedad esta costumbre de ser el Estado el dueño de los recursos “públicos”, y no los individuos de manera privada como pasa en otras naciones, ha conllevado a que esa supremacía del gobierno, de pie para que doctrinas (representadas por personeros) sumamente estatistas lleguen a la punta de la pirámide del poder de quienes deciden el destino de nuestra vida.
Por consiguiente, podemos ver cómo, incluso cuando había democracia, la mayoría de partidos políticos –si no es que todos- eran y, quienes hoy persisten, son de índole totalmente burocrática, que por más etiquetas o nombres con los que se autodenominen, terminaron siendo y han sido estimuladores del aparato estatista, que hace contrapeso a la libertad en todos sus mundos. Estos grupos fueron los mismos causantes del detonante de aquel 6 de diciembre de 1998, que de conocimiento popular es.
Entonces podemos acotar que estas personas que han sido víctimas de la basura demagógica, que no se abocan al criterio político por profesión o simple gusto, sino por tema necesario de interés general, tienen su opinión marcada por unos antecedentes que se ven involucrados como parte de la hegemonía estatista, pero que esos precedentes y recuerdos no son más que simples momentos de gobierno de bienestar en donde la burbuja que es creada por un conjunto de aristas del keynesianismo no había estallado como está explotada hoy día. Y por ello muchas personas de edades mayores e incluso por qué no jóvenes aún creen en la decrépita idea de que esos partidos que ya disfrutaron del poder en dado momento vuelvan a ostentar el gobierno y recuperar a este moribundo país, con sus ineficaces premisas y directrices pragmáticas que bastante desfasadas han quedado con el transcurrir del tiempo. Es vivir en un anacronismo total, en una involución constante, como volver a usar una máquina de escribir dañada pudiendo utilizar una computadora en óptimas condiciones; y esto omitiendo lo nulo y fracasado de sus ideas y postulados.
Por último, no queda más que agregar que a pesar de todas estas circunstancias vividas décadas tras décadas, hoy con bastante satisfacción podemos observar cómo se ha ido mitigando en gran parte esas ideas de poner al Estado gigante como un dogma, y las ideas de la libertad en todos sus ámbitos se han ido propagando, creando movimientos civiles, como es el caso nuestro, para la proliferación de los principios libertarios como pilares imprescindibles a la hora de construir una sociedad de honestidad y progreso.
Vida, libertad, justicia y propiedad, señores, de ahí para allá lo demás es cuento.
Jesús Zambrano Molina